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Diario

El tiempo

Dos años, cuatro meses y quince días. Deben de ser muchas las cosas que han pasado durante éstos ochocientos sesenta y siete días. Pero aún deben de ser muchas más la que no han pasado.

 

Dos años, cuatro meses y quince días sin venir aquí. Ochocientos sesenta y siete días sin ocurrírseme entrar, poner la contraseña y comenzar a escribir.

 

Tal vez no ha pasado el tiempo. Tal vez fue anoche cuando la puta vio cumplida su fantasía. O cuando Lolita me dejaba escribir sobre su espalda. Quizá este fin de semana es cuando pasé por el pub donde trabaja MJ, y una vez más, la llevé donde siempre para que sintiera mis manos sobre ella. Es posible que fuera este domingo cuando la saqué a pasear y cenar, y esta misma mañana le he pedido que se vista para mí. Debería chequear el correo… Seguramente ya me haya mandado la foto.

 

Tal vez no exista el tiempo. Tal vez vivamos en un eterno círculo. Tal vez lo onírico y lo real son sinónimos del mismo concepto.

 

O tal vez es su poder. Volver a conectar un msn y percibir el poder.

La puta

La puta Ayer estuve fuera. Cosas del trabajo. Una operación de varios millones (aún calculo el valor de las cosas en pesetas) me obligó a ello. Es curioso como suelen acabar las cenas de negocios... en un burdel. Hay hombres que no se saben tomar esa última copa en otro lugar.
Antes de contarle nada quiero que sepa que no soy ningún puritano. No me parece mal follar con una mujer por dinero. Al fin y al cabo, si somos capaces de vender nuestra alma, nuestro tiempo por dinero, no hay razón para no entender que vendamos nuestro cuerpo.
Si le digo que no me gusta ir a esos lugares le mentiría. Me encanta. Los observo a ellos y a ellas. Y me maravilla lo buenas comerciales que son algunas de ellas con su producto y lo cretinos que son algunos de los clientes.
A mí, personalmente, no me va. Ya le dije que no es por cuestiones de moral. Simplemente me cuesta sentir placer si no soy capaz de darlo. Y eso me bloquea. No hace falta que le diga que le hablo con conocimiento de causa.

Ella se me acercó por detrás. Rodeó mi cintura con sus brazos dejando caer sus manos sobre mi vientre y me dijo al oído “ Hola amor. Eres un chico muy guapo. Yo te gustaré”. Sonreí... era la cuarta vez que escuchaba algo parecido desde que entramos al local. Me giré y la vi. Era una niña hermosa, tremendamente hermosa.

–¿Cómo te llamas?
–Paula. ¿Y tú?
–Carlos.

Empezó a acariciarme y me abrazó levemente, mientras que le volvía a sonreír

–Paula, yo no voy a subir. Estoy por trabajo. Pero algunos de ellos si que creo que suban.
–Pero me gustas tú. Amor, yo te haré feliz
–No Paula, estas perdiendo clientes...

Me dio un beso en la mejilla y se giró hacia uno de ellos. No me pude contener. No sé la razón... pero la tomé del brazo...

–Paula, ¿Cuánto vale tu tiempo?
–Noventa euros. Te gustaré. Te la chuparé y luego haremos el amor en las posturas que quieras. Y... no se lo digas a nadie... a ti te dejo que me lo hagas por detrás.
–jajajaja... ¿Sabes? Me estás excitando y lo haría contigo, pero hoy estoy cansado. Me refiero a hablar.
–mmmm... lo mismo. A no ser que quieras que hablemos aquí unos veinte minutos. Eso te costará una copa.
–¿Y cuanto vale tu copa?
–Treinta euros.
–Vale. Pero si nos sentamos en aquella mesa, en el rincón. Prefiero pagar esos mil duros que pasarme la noche diciéndoles a las mujeres de este local que no voy a subir.
–¿Y porqué no quieres follar?
–¿Quién dijo que no quiero? Sólo pensar que puedo estar contigo me excita muchísimo. Venga, pide tu copa y nos sentamos.

Me contó la historia que debe haberle contado a muchos hombres que necesitan pagar para que alguien les escuche. Colombiana de veintitrés años y con un hijo de dos en su país. Que en realidad se llamaba Gina (vete a saber) y que ahorraba. Que le encantaba su trabajo y que tenía clientes fijos que la querían. Y cuanto tuviese suficiente dinero dejaría ese trabajo, puesto que lo que más le gustaba era ser camarera en un pub y poderse traer a su hijo.

Y esta fue mi historia de ayer noche. No me pregunte por qué se la cuento. Supongo que, como algunos clientes de Paula, necesito que alguien me escuche. Tenga que pagar o no por ello.

Un saludo.

La puta

La puta Ayer estuve fuera. Cosas del trabajo. Una operación de varios millones (aún calculo el valor de las cosas en pesetas) me obligó a ello. Es curioso como suelen acabar las cenas de negocios... en un burdel. Hay hombres que no se saben tomar esa última copa en otro lugar.
Antes de contarle nada quiero que sepa que no soy ningún puritano. No me parece mal follar con una mujer por dinero. Al fin y al cabo, si somos capaces de vender nuestra alma, nuestro tiempo por dinero, no hay razón para no entender que vendamos nuestro cuerpo.
Si le digo que no me gusta ir a esos lugares le mentiría. Me encanta. Los observo a ellos y a ellas. Y me maravilla lo buenas comerciales que son algunas de ellas con su producto y lo cretinos que son algunos de los clientes.
A mí, personalmente, no me va. Ya le dije que no es por cuestiones de moral. Simplemente me cuesta sentir placer si no soy capaz de darlo. Y eso me bloquea. No hace falta que le diga que le hablo con conocimiento de causa.

Ella se me acercó por detrás. Rodeó mi cintura con sus brazos dejando caer sus manos sobre mi vientre y me dijo al oído “ Hola amor. Eres un chico muy guapo. Yo te gustaré”. Sonreí... era la cuarta vez que escuchaba algo parecido desde que entramos al local. Me giré y la vi. Era una niña hermosa, tremendamente hermosa.

–¿Cómo te llamas?
–Paula. ¿Y tú?
–Carlos.

Empezó a acariciarme y me abrazó levemente, mientras que le volvía a sonreír

–Paula, yo no voy a subir. Estoy por trabajo. Pero algunos de ellos si que creo que suban.
–Pero me gustas tú. Amor, yo te haré feliz
–No Paula, estas perdiendo clientes...

Me dio un beso en la mejilla y se giró hacia uno de ellos. No me pude contener. No sé la razón... pero la tomé del brazo...

–Paula, ¿Cuánto vale tu tiempo?
–Noventa euros. Te gustaré. Te la chuparé y luego haremos el amor en las posturas que quieras. Y... no se lo digas a nadie... a ti te dejo que me lo hagas por detrás.
–jajajaja... ¿Sabes? Me estás excitando y lo haría contigo, pero hoy estoy cansado. Me refiero a hablar.
–mmmm... lo mismo. A no ser que quieras que hablemos aquí unos veinte minutos. Eso te costará una copa.
–¿Y cuanto vale tu copa?
–Treinta euros.
–Vale. Pero si nos sentamos en aquella mesa, en el rincón. Prefiero pagar esos mil duros que pasarme la noche diciéndoles a las mujeres de este local que no voy a subir.
–¿Y porqué no quieres follar?
–¿Quién dijo que no quiero? Sólo pensar que puedo estar contigo me excita muchísimo. Venga, pide tu copa y nos sentamos.

Me contó la historia que debe haberle contado a muchos hombres que necesitan pagar para que alguien les escuche. Colombiana de veintitrés años y con un hijo de dos en su país. Que en realidad se llamaba Gina (vete a saber) y que ahorraba. Que le encantaba su trabajo y que tenía clientes fijos que la querían. Y cuanto tuviese suficiente dinero dejaría ese trabajo, puesto que lo que más le gustaba era ser camarera en un pub y poderse traer a su hijo.

Y esta fue mi historia de ayer noche. No me pregunte por qué se la cuento. Supongo que, como algunos clientes de Paula, necesito que alguien me escuche. Tenga que pagar o no por ello.

Un saludo.

La puta

La puta Ayer estuve fuera. Cosas del trabajo. Una operación de varios millones (aún calculo el valor de las cosas en pesetas) me obligó a ello. Es curioso como suelen acabar las cenas de negocios... en un burdel. Hay hombres que no se saben tomar esa última copa en otro lugar.
Antes de contarle nada quiero que sepa que no soy ningún puritano. No me parece mal follar con una mujer por dinero. Al fin y al cabo, si somos capaces de vender nuestra alma, nuestro tiempo por dinero, no hay razón para no entender que vendamos nuestro cuerpo.
Si le digo que no me gusta ir a esos lugares le mentiría. Me encanta. Los observo a ellos y a ellas. Y me maravilla lo buenas comerciales que son algunas de ellas con su producto y lo cretinos que son algunos de los clientes.
A mí, personalmente, no me va. Ya le dije que no es por cuestiones de moral. Simplemente me cuesta sentir placer si no soy capaz de darlo. Y eso me bloquea. No hace falta que le diga que le hablo con conocimiento de causa.

Ella se me acercó por detrás. Rodeó mi cintura con sus brazos dejando caer sus manos sobre mi vientre y me dijo al oído “ Hola amor. Eres un chico muy guapo. Yo te gustaré”. Sonreí... era la cuarta vez que escuchaba algo parecido desde que entramos al local. Me giré y la vi. Era una niña hermosa, tremendamente hermosa.

–¿Cómo te llamas?
–Paula. ¿Y tú?
–Carlos.

Empezó a acariciarme y me abrazó levemente, mientras que le volvía a sonreír

–Paula, yo no voy a subir. Estoy por trabajo. Pero algunos de ellos si que creo que suban.
–Pero me gustas tú. Amor, yo te haré feliz
–No Paula, estas perdiendo clientes...

Me dio un beso en la mejilla y se giró hacia uno de ellos. No me pude contener. No sé la razón... pero la tomé del brazo...

–Paula, ¿Cuánto vale tu tiempo?
–Noventa euros. Te gustaré. Te la chuparé y luego haremos el amor en las posturas que quieras. Y... no se lo digas a nadie... a ti te dejo que me lo hagas por detrás.
–jajajaja... ¿Sabes? Me estás excitando y lo haría contigo, pero hoy estoy cansado. Me refiero a hablar.
–mmmm... lo mismo. A no ser que quieras que hablemos aquí unos veinte minutos. Eso te costará una copa.
–¿Y cuanto vale tu copa?
–Treinta euros.
–Vale. Pero si nos sentamos en aquella mesa, en el rincón. Prefiero pagar esos mil duros que pasarme la noche diciéndoles a las mujeres de este local que no voy a subir.
–¿Y porqué no quieres follar?
–¿Quién dijo que no quiero? Sólo pensar que puedo estar contigo me excita muchísimo. Venga, pide tu copa y nos sentamos.

Me contó la historia que debe haberle contado a muchos hombres que necesitan pagar para que alguien les escuche. Colombiana de veintitrés años y con un hijo de dos en su país. Que en realidad se llamaba Gina (vete a saber) y que ahorraba. Que le encantaba su trabajo y que tenía clientes fijos que la querían. Y cuanto tuviese suficiente dinero dejaría ese trabajo, puesto que lo que más le gustaba era ser camarera en un pub y poderse traer a su hijo.

Y esta fue mi historia de ayer noche. No me pregunte por qué se la cuento. Supongo que, como algunos clientes de Paula, necesito que alguien me escuche. Tenga que pagar o no por ello.

Un saludo.

La puta

La puta Ayer estuve fuera. Cosas del trabajo. Una operación de varios millones (aún calculo el valor de las cosas en pesetas) me obligó a ello. Es curioso como suelen acabar las cenas de negocios... en un burdel. Hay hombres que no se saben tomar esa última copa en otro lugar.
Antes de contarle nada quiero que sepa que no soy ningún puritano. No me parece mal follar con una mujer por dinero. Al fin y al cabo, si somos capaces de vender nuestra alma, nuestro tiempo por dinero, no hay razón para no entender que vendamos nuestro cuerpo.
Si le digo que no me gusta ir a esos lugares le mentiría. Me encanta. Los observo a ellos y a ellas. Y me maravilla lo buenas comerciales que son algunas de ellas con su producto y lo cretinos que son algunos de los clientes.
A mí, personalmente, no me va. Ya le dije que no es por cuestiones de moral. Simplemente me cuesta sentir placer si no soy capaz de darlo. Y eso me bloquea. No hace falta que le diga que le hablo con conocimiento de causa.

Ella se me acercó por detrás. Rodeó mi cintura con sus brazos dejando caer sus manos sobre mi vientre y me dijo al oído “ Hola amor. Eres un chico muy guapo. Yo te gustaré”. Sonreí... era la cuarta vez que escuchaba algo parecido desde que entramos al local. Me giré y la vi. Era una niña hermosa, tremendamente hermosa.

–¿Cómo te llamas?
–Paula. ¿Y tú?
–Carlos.

Empezó a acariciarme y me abrazó levemente, mientras que le volvía a sonreír

–Paula, yo no voy a subir. Estoy por trabajo. Pero algunos de ellos si que creo que suban.
–Pero me gustas tú. Amor, yo te haré feliz
–No Paula, estas perdiendo clientes...

Me dio un beso en la mejilla y se giró hacia uno de ellos. No me pude contener. No sé la razón... pero la tomé del brazo...

–Paula, ¿Cuánto vale tu tiempo?
–Noventa euros. Te gustaré. Te la chuparé y luego haremos el amor en las posturas que quieras. Y... no se lo digas a nadie... a ti te dejo que me lo hagas por detrás.
–jajajaja... ¿Sabes? Me estás excitando y lo haría contigo, pero hoy estoy cansado. Me refiero a hablar.
–mmmm... lo mismo. A no ser que quieras que hablemos aquí unos veinte minutos. Eso te costará una copa.
–¿Y cuanto vale tu copa?
–Treinta euros.
–Vale. Pero si nos sentamos en aquella mesa, en el rincón. Prefiero pagar esos mil duros que pasarme la noche diciéndoles a las mujeres de este local que no voy a subir.
–¿Y porqué no quieres follar?
–¿Quién dijo que no quiero? Sólo pensar que puedo estar contigo me excita muchísimo. Venga, pide tu copa y nos sentamos.

Me contó la historia que debe haberle contado a muchos hombres que necesitan pagar para que alguien les escuche. Colombiana de veintitrés años y con un hijo de dos en su país. Que en realidad se llamaba Gina (vete a saber) y que ahorraba. Que le encantaba su trabajo y que tenía clientes fijos que la querían. Y cuanto tuviese suficiente dinero dejaría ese trabajo, puesto que lo que más le gustaba era ser camarera en un pub y poderse traer a su hijo.

Y esta fue mi historia de ayer noche. No me pregunte por qué se la cuento. Supongo que, como algunos clientes de Paula, necesito que alguien me escuche. Tenga que pagar o no por ello.

Un saludo.

Recien llegado

Recien llegado Es domingo. 8:16 A.M. Acabo de llegar a casa. Nada cansado. Cansada debe de estar ella, M*. Su habitación aún debe de tener mi esencia.
Fui a recogerla, como siempre a las 4:30 A.M. al garito donde pone copas. Aún quedaba algún pijo que baboseaba mirándole las piernas mientras que música electrónica machaquea el ambiente. Su mini de hoy era muy mini.
Pobre chaval, ni se imagina lo que a ella le gusta... Lo que a mí me gusta.