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La puta

La puta Ayer estuve fuera. Cosas del trabajo. Una operación de varios millones (aún calculo el valor de las cosas en pesetas) me obligó a ello. Es curioso como suelen acabar las cenas de negocios... en un burdel. Hay hombres que no se saben tomar esa última copa en otro lugar.
Antes de contarle nada quiero que sepa que no soy ningún puritano. No me parece mal follar con una mujer por dinero. Al fin y al cabo, si somos capaces de vender nuestra alma, nuestro tiempo por dinero, no hay razón para no entender que vendamos nuestro cuerpo.
Si le digo que no me gusta ir a esos lugares le mentiría. Me encanta. Los observo a ellos y a ellas. Y me maravilla lo buenas comerciales que son algunas de ellas con su producto y lo cretinos que son algunos de los clientes.
A mí, personalmente, no me va. Ya le dije que no es por cuestiones de moral. Simplemente me cuesta sentir placer si no soy capaz de darlo. Y eso me bloquea. No hace falta que le diga que le hablo con conocimiento de causa.

Ella se me acercó por detrás. Rodeó mi cintura con sus brazos dejando caer sus manos sobre mi vientre y me dijo al oído “ Hola amor. Eres un chico muy guapo. Yo te gustaré”. Sonreí... era la cuarta vez que escuchaba algo parecido desde que entramos al local. Me giré y la vi. Era una niña hermosa, tremendamente hermosa.

–¿Cómo te llamas?
–Paula. ¿Y tú?
–Carlos.

Empezó a acariciarme y me abrazó levemente, mientras que le volvía a sonreír

–Paula, yo no voy a subir. Estoy por trabajo. Pero algunos de ellos si que creo que suban.
–Pero me gustas tú. Amor, yo te haré feliz
–No Paula, estas perdiendo clientes...

Me dio un beso en la mejilla y se giró hacia uno de ellos. No me pude contener. No sé la razón... pero la tomé del brazo...

–Paula, ¿Cuánto vale tu tiempo?
–Noventa euros. Te gustaré. Te la chuparé y luego haremos el amor en las posturas que quieras. Y... no se lo digas a nadie... a ti te dejo que me lo hagas por detrás.
–jajajaja... ¿Sabes? Me estás excitando y lo haría contigo, pero hoy estoy cansado. Me refiero a hablar.
–mmmm... lo mismo. A no ser que quieras que hablemos aquí unos veinte minutos. Eso te costará una copa.
–¿Y cuanto vale tu copa?
–Treinta euros.
–Vale. Pero si nos sentamos en aquella mesa, en el rincón. Prefiero pagar esos mil duros que pasarme la noche diciéndoles a las mujeres de este local que no voy a subir.
–¿Y porqué no quieres follar?
–¿Quién dijo que no quiero? Sólo pensar que puedo estar contigo me excita muchísimo. Venga, pide tu copa y nos sentamos.

Me contó la historia que debe haberle contado a muchos hombres que necesitan pagar para que alguien les escuche. Colombiana de veintitrés años y con un hijo de dos en su país. Que en realidad se llamaba Gina (vete a saber) y que ahorraba. Que le encantaba su trabajo y que tenía clientes fijos que la querían. Y cuanto tuviese suficiente dinero dejaría ese trabajo, puesto que lo que más le gustaba era ser camarera en un pub y poderse traer a su hijo.

Y esta fue mi historia de ayer noche. No me pregunte por qué se la cuento. Supongo que, como algunos clientes de Paula, necesito que alguien me escuche. Tenga que pagar o no por ello.

Un saludo.

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