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Lolita

Lolita Son sólo las tres. Aún tenemos cuatro horas hasta que el mundo despierte. Aún nos quedan cuatro horas para vivir.

Carlos pensaba esto mientras que la observaba. Gracias al leve trasluz de la ventana podía ver parte de su desnuda espalda. Podía ver su larga melena, negra, rojiza, lisa como fibras, cae sobre ella. Podía intuir su cara, apoyada suavemente sobre el almohadón. Esa cara expresiva, sonriente, que durante toda la noche le había hecho sentir joven, potente, alguien nuevo. Le gustaba verla así. Le gustaba imaginar el resto de su cuerpo cubierto por el edredón nórdico.

Sus piernas... Aún no las he visto desnudas. Deben de ser hermosas, toda ella es hermosa para mí. Su espalda... Necesito escribir, expresarme, decirle todo aquello que siento, todo aquello que hace mucho que no digo. Quisiera grabar sobre su piel mis pensamientos, mis inquietudes. Grabado de forma etérea pero eterna; algo que penetre, que este siempre dentro de ella.

Era una herejía, una blasfemia romper el momento. No se atrevía, puro miedo. Suavemente, casi sin quererlo llevó su dedo índice sobre la espalda, allí donde los ríos que forman las costillas se funden en un valle interior. Temeroso de perderse cualquier sensación lo fue subiendo hasta la nuca; lentamente, casi sin rozar, casi sin ser. El límite le empujó hacia abajo, por ese camino que quisiera mil veces recorrer, saborear...

-¿Qué haces?
-Quiero escribirte
-mmm... ¿Qué me vas a poner?
-No sé...

Hizo algo parecido a un círculo. Esto le animó, a continuar con su juego. Símbolos extraños y nuevos para él. No sabía lo que escribía, ni siquiera si estaba escribiendo. Su mente era mucho más rápida que su cuerpo, que sus manos...

-Háblame, dime lo que escribes
-No puedo... no sé que pongo... Creo que he descubierto el origen de la escritura...

Lolita sonrío y le dejó hacer. Estaba cómoda con aquel juego tan sutil.

Cada letra, cada palabra escrita desaparecía tras acabar su trazo... Él sonreía, le hacía gracia... Posó sus labios sobre ella y la besó. Pequeños besos circulares sobre un pequeño espacio de piel.

-¿Y ahora qué haces?
-Borro, borro lo que he escrito. Borro para escribirlo más veces. Borro por el placer de borrar.

Quiero besarla entera. Borrar de su piel todo el pasado, dejarla limpia, nueva... Con mi frente le bajo el edredón, suavemente, mientras que continuo eliminado viejas historias. Le beso los glúteos, se los huelo... bajo por sus piernas, sus pantorrillas, sus tobillos sus pies. Me encantan sus pies, los beso. Noto un ligero estremecimiento, casi un susurro y eso me excita. Siento que voy a perder el control, que necesito más... Le tomo los pies con las manos y se los miro... le beso los dedos, se los succiono, se los lamo...
Lolita se gira, e intuyo una sonrisa

-Tonto
-Por ti
-Ven
-Ya estoy...
-Aquí, ven a mí

-Cualquier cosa por complacerte-, decían sus ojos. Carlos empezó a ascender por sus piernas. Su erección era ya patente y la arrastraba sobre las cálidas sabanas, rozándola a veces, queriéndole decir aquí estoy. Con la nariz le acarició el vientre de abajo arriba. Paso rápido por sus pechos y puso su cara frente a la de ella.

-Me gusta lo que me haces
-Me gusta hacértelo
-¿Siempre eres así?
-No, hoy soy yo
-jajaja... voluble
-Pero hoy sé lo que quiero –le dediqué una sonrisa deliciosa-. Quiero besarte.

Me acerqué. Sentí el calor de su aliento sobre mí y la besé, suave, gentilmente, con un deseo contenido. Sus labios, llenos y flexibles, reposaron sobre los míos durante un largo momento. Luego me puso la mano en el cuello, bajo el pelo, y atrajo mi rostro hacia el suyo. Me acariciaba la cabeza, intentaba perder sus dedos entre mi largo cabello. Su lengua se encontró con la mía y jugó dentro de mi boca hasta que el beso inocente fue tan ardoroso como el fuego de nuestro interior. La besaba, nos explorábamos, como si fuera algo nuevo, algo nunca hecho. Posé mi mano sobre su aterciopelado cuerpo. Era suave. Sus pechos, redondos y pequeños eran nuevos para mí. Empecé a trazar grandes círculos, como intentado delimitarlos, para ir cerrando, para ir haciendo el movimiento más pequeño, para llegar hasta su pezón. Jugué con él, se lo tomaba, lo pellizcaba, lo frotaba de arriba abajo, de una lado a otro. La boca de Lolita se hacía más activa, me mordía los labios mientras que con la lengua me los acariciaba.
Mi boca ya no se conformaba con sus besos, y busqué los labios de su otra boca. Sus miembros parecían no pesar nada cuando, con la cabeza echada hacia atrás y la espalda arqueada, me dio la bienvenida. Le rocé suavemente la vulva temblorosa, húmeda. Mi pene, allá abajo, era un imposible de excitación. Lentamente, sin prisas, me hundí entre sus pliegues, en su sexo receptor. Mi lengua se deslizó por el suave pasillo, y le rodeé el clítoris, mientras que mis manos se posaban sobre la base de su cuello. Me miraba y no parecía verme. Bajé mis manos hasta sus pechos y los apresé, los hice míos para siempre. Mi lengua era ya parte de ella; probaba, tentaba, sondeaba, lamía, chupaba toda su pasión.
Empezamos a perder el ritmo de los jadeos, a ser entrecortados, irregulares. Noté que su cuerpo se puso rígido, tenso y empecé a acelerar. Pero cambié, levantando el rostro

-Dímelo, dímelo chica lista. Dime hasta dónde quieres que llegue.

No esperé respuesta y me volví a hundir dentro de ella. Le chupé el clítoris, no sé cómo, pero al ritmo de sus oleadas, y se corrió, se corrió, se corrió, una y otra vez, con toda su fuerza, la tensión y la energía que ya no podía utilizar para otra cosa que no fuera correrse. Había perdido el control. Con sus manos apretaba una y otra vez la almohada. Me separé levemente y le observé el sexo.
Trepé por ella hasta que mi miembro encontró la herida abierta, que me llamaba, que me esperaba. Lolita, intuyéndome, se arqueó hasta límites insospechados, ofreciéndose a mi furia. Embestí, una vez, otra, jadeaba, sufría por no sufrir. Y perdí ya el control. Ignoro lo que ocurrió de ahí en adelante. Ignoro los movimientos, las pasiones, los susurros, los jadeos... Pero sé que la llené, y que ella me llenó a mí.

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